martes, 28 de febrero de 2012

La mano abierta.

-¿ Así que quieres atrapar monos? - Consultó el guìa africano- ¡No hay problema! Podemos usar trampas, redes, armas.
-Ese es el inconveniente, amigo mío- le respondió educado el distinguido profesor que conducía la expedición de científicos al continente negro-
Ocurre que queremos atraparlos pero vivos, sin ninguna herida para que puedan ser transportados sanos y salvos hasta nuestro país y luego estudiarlos.
Todos se pusieron de acuerdo en respetar el pedido y conscientes de que las trampas convencionales a menudo lesionaban o herían a los animales atrapados en ellas, unieron sus mentes para tratar de solucionar el problema.
Finalmente hallaron la solución...
Consiguieron pequeños jarros con cuellos largos, ubicaron un puñado de manìes dentro de cada uno y colocaron un gran número de estos jarros en diferentes puntos estratégicos por los que transitaban los primates.
Claro una vez olfateados esos tentadores manìes, los monos metieron sus manos en los jarros. El tema fue que, aunque se esforzaron, no pudieron sacarlas. Sus manos, aferradas a la comida, lo impidieron y allí quedaron a merced de la expedición, gritando , incapaces de escapar con su botín y al mismo tiempo de dejarlo.
Asì fueron capturados uno por uno.
Si tan sólo hubieran abierto sus manos y soltado aquello a lo que tanto se aferraban, hubiesen escapado tranquilamente, ya que la palma abierta de la mano hubiera salido del recipiente con la misma facilidad con que entró, mientras que todo puño cerrado que no sabe soltar ni liberar lo que tiene  oprimido, nunca logra escapar indemne y siempre queda prisionero de su propia apego.

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